Tras la
división de opiniones que generó la última
colección de Marc Jacobs,
Miuccia Prada presentó en Milán otra colección "difícil de digerir" (aunque la anterior parece que no lo fue
tanto después de todo).

La pregunta del millón:
¿cómo se valora una colección de estas "difícil de digerir"? Tirar de nota de prensa es lo fácil, a fin de cuentas ¿quién mejor que el propio equipo creativo para explicar qué pretendía con su última colección?
Otra opción es contar lo que ves literalmente, esto es, limitarse a describir tejidos y cortes. Pero es muy aburrido. Además, para eso ya están las fotos y muchas de las revistas especializadas.

Otra opción es poner un poco de tu parte, y hacer el esfuerzo de
buscar refencias, inspiraciones y musas en los diseños que las modelos han paseado sobre la pasarela. Este proceso tiene dos limitaciones: los diseñadores sin imaginación y sin talento; y el bagaje cultural del que mira y opina, que puede ser mucho más limitado que el del diseñador en cuestión, y está inevitablemente condicionado por su edad y las experiencias vividas, como mínimo. Cada persona es un mundo, incluso desde el punto de vista estético.

En este tipo de valoración es donde
uno se ve ya obligado a mojarse sobre si, más allá de la técnica, el patronaje y la factura, la colección le gusta o no. Eso, suponiendo que ninguno valoramos las colecciones en función de lo bien o mal que nos caen los diseñadores, o de lo guays o clásicos o intelectuales (sigo sin entender lo de las "colecciones intelectuales") que nos consideramos a nosotros mismos.

Y ante posibles dudas, si uno tiene la oportunidad, puede preguntar. Sin embargo, Miuccia Prada no de las que pone fácil la crítica a sus creaciones. Por lo visto, algún marisabidillo se dirigió a ella en el backstage preguntándole sobre una posible inspiración en el
Art Nouveau, y ella dió la callada por respuesta. Seguramente pensó que si tan evidente era la inspiración no tenía demasiado sentido la pregunda. O no.

Identificados los colores, tejidos y prendas: monos, conjuntos de blusa y pantalón, vestidos cortos, faldas, blusas, abrigos, chaquetas y chalecos de punto, seda y chifón; cuadros, oro y transparencias; larguras a la rodilla o midi; medias estampadas, bolsos de piel de colores, sandalias y botas de ante, piel y terciopelo.
E identificadas las musas: finales de los sesenta-principios de lo setenta, el modernismo, la fantasía, el estilo hippy-romántico, incluso el estilo
preppy-nerd (contradictorio en apariencia pero posible y normal en el universo Prada).

Nos quedan las sensaciones, a saber: la autora habla del intento de encontrar una nueva creatividad,
Cathy Horyn ve algo erótico en ella, del mismo modo que veía una nueva forma de ser sexy en la de Jacobs, y sobre la opinión de Suzy Menkes ni idea porque, en el caso de que haya publicado alguna reseña sobre este desfile, no he sabido encontrarla.

A mí me ha gustado. No tanto como la aterior, pero me ha gustado. Empiezo a pillarle el punto al
ugly-chic.
Sin embargo, lo que más me ha sorprendido el
espíritu otoñal de la colección que me hace sospechar que, más allá de la preocupación (en parte muy fashion, y no quiero restarle importancia al problema) por el cambio climático, ha habido una consulta a los servicios meteorológicos. Creo, por éste y otros desfiles de Milán, que el verano que viene hará frío (donde suele hacer calor). Y me refiero a frío en general, no sólo en la Península Ibérica como este verano. A pesar de ello, las
transparencias serán tedencia. Marc Jacobs, Prada y Jil Sander lo dicen. ¿Así sea?
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